Los sucesos que han marcado nuestras vidas, que se han experimentado con alta implicación emocional, no suelen recordarse exactamente como fueron.
El ser humano tiende a recordarlos de otra forma, incluso maquillando esas partes de su historia vital para hacerlas más positivas de lo que fueron.
Parece comprobado que tendemos a recordar con más facilidad las vivencias que resultan más emocionales. La emoción incrementa nuestra capacidad de recuerdo.
No obstante, en casos de traumas de cierta gravedad, nuestra memoria tiende a velar las vivencias más dolorosas.
Dos zonas cerebrales que conectan emoción y recuerdo
En nuestro sistema límbico existen dos regiones que conectan la regulación de las emociones con el almacenamiento de recuerdos.
- Hipocampo: localizado en la corteza temporal, una de sus funciones consiste en facilitar el recuerdo. Forma, retiene y rememora. Se ha demostrado que determinadas patologías como el Alzheimer y otras formas de demencia dañan esta área cerebral rápidamente.
- Amígdala: es una masa de células que se encuentra también en el lóbulo temporal. Se encarga de la gestión y regulación de las emociones, filtra los recuerdos almacenándolos, dependiendo del peso emocional que tuvieron para nosotros.
Según determinadas investigaciones, la mezcla de emociones con recuerdos tiene un papel adaptativo a nuestro entorno, la memoria nos prepara para futuras situaciones.
Una ruptura sentimental, por ejemplo, puede ser extraordinariamente dolorosa cuando la herida todavía está tierna, pero cuando se supera el tiempo de duelo y se produce la aceptación, la persona se siente más preparada para encarar el futuro.
La memoria nos ayuda a reconocernos a nosotros mismos en el pasado, y nos permite gestionar mejor determinadas situaciones sobre las que hemos adquirido una experiencia.
¿Pueden los recuerdos malos convertirse en buenos?
¿Nos engañamos hasta el punto de maquillar nuestra propia historia vital? ¿Es posible darle otro significado a recuerdos que marcaron nuestro pasado?
Uno de los investigadores que ha trabajado en este campo es Susumu Tonewaga, un científico japonés, premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1987, que ha profundizado en el terreno de la neurociencia con especial énfasis en el estudio de enzimas y receptores sinápticos que resultan vitales en la formación de la memoria.
Su estudió reveló el circuito cerebral que controla cómo los recuerdos se asocian con emociones positivas o negativas. Dicho circuito podría poner sobre la pista de nuevos medicamentos que pudieran ayudar a tratar determinados trastornos psicológicos.
Además, su equipo descubrió que es posible revertir la asociación emocional de recuerdos específicos manipulando las células cerebrales con una técnica llamada optogenética, que utiliza un rayo de luz para controlar la actividad neuronal. Dicha técnica puede ayudar a descubrir cómo se relaciona la amígdala con otras partes del cerebro para que se produzca el aprendizaje del miedo.
De momento, los ensayos se han realizado solo en roedores con resultados positivos, pero son pruebas para futuros tratamientos médicos.
Según las palabras del propio Tonewaga, “en el futuro es posible que se puedan desarrollar métodos que ayuden a las personas a recordar los recuerdos positivos con más fuerza que los negativos”.
De hecho, la optogenética ya se utiliza para el tratamiento del estrés postraumático.
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