Hay fenómenos sociales que, cuando emergen, no solo desafían nuestros marcos clínicos, sino que sacuden profundamente la comprensión que tenemos del sufrimiento humano, del deseo, del cuerpo y del vínculo. Uno de ellos es el Chemsex: una práctica que combina el consumo de drogas psicoactivas con el sexo, habitualmente entre hombres que tienen sexo con hombres (HSH), durante sesiones prolongadas que pueden durar horas o incluso días. Aunque puede parecer, a primera vista, una experiencia liberadora o placentera, en muchos casos se convierte en una trampa silenciosa que impacta de forma profunda en la salud mental.
¿Qué es exactamente el Chemsex?
El término "Chemsex" proviene del inglés "chemical sex", y se refiere al uso intencional de sustancias como la metanfetamina, el GHB/GBL, la mefedrona o la ketamina con el objetivo de potenciar la experiencia sexual. Estas sustancias no solo prolongan el tiempo de las relaciones, sino que disminuyen las inhibiciones, aumentan la euforia y amplifican la sensación de conexión o entrega. Pero todo esto tiene un precio.
Más allá del placer inmediato, el Chemsex se está convirtiendo en una expresión contemporánea del malestar psíquico, de las heridas invisibles, del trauma no nombrado y del aislamiento emocional. La práctica, aunque en apariencia esté teñida de deseo y libertad, a menudo oculta un trasfondo de soledad, vacío, ansiedad y dolor emocional no metabolizado.
Un síntoma de una herida más profunda
Muchas de las personas que participan habitualmente en sesiones de Chemsex arrastran historias de rechazo, estigmatización, homofobia internalizada, abuso o trauma. En este contexto, las drogas se convierten en una forma de anestesiar el dolor, de silenciar las voces críticas internas, de escapar del miedo al contacto real. Es una solución adaptativa que, en lugar de resolver, agrava el problema.
Las sustancias alteran la química cerebral de forma intensa. La dopamina, neurotransmisor central en el circuito del placer, se libera en cantidades extraordinarias. Pero tras el subidón, llega el bajón: la llamada "resaca emocional", que puede incluir síntomas depresivos, paranoia, despersonalización o crisis de ansiedad. En ocasiones, aparecen síntomas disociativos o cuadros de angustia existencial profunda, especialmente en quienes ya tenían vulnerabilidades previas.
Neurociencia del deseo y el trauma
Desde una perspectiva neurocientífica, el Chemsex activa regiones cerebrales asociadas al sistema de recompensa (como el núcleo accumbens), pero también puede disparar circuitos relacionados con la respuesta de amenaza o trauma. En personas con antecedentes de trauma relacional o abuso, el cuerpo vive una lucha interna: por un lado, busca la fusión, el éxtasis, el contacto; por otro, activa mecanismos de protección que pueden conducir a la dificultad para regular emociones, a la compulsión o a la desconexión emocional.
Esto se entiende mejor desde la teoría de la disociación estructural, desarrollada por Van der Hart y colaboradores, que plantea que el yo puede fragmentarse en partes funcionales que buscan sobrevivir adaptándose. En este sentido, el Chemsex puede ser una estrategia de una parte del sistema psíquico para evitar entrar en contacto con recuerdos dolorosos o emociones insoportables.
El vacío tras la fiesta
Muchos hombres que acuden a consulta por problemas vinculados al Chemsex no lo hacen inicialmente por la droga en sí, sino por la ansiedad, el insomnio, la culpa, la dificultad para mantener relaciones afectivas auténticas, o la sensación de estar desconectados de sí mismos. Algunos describen un sentimiento de "haber perdido la brújula" o de "estar viviendo en piloto automático".
El contacto con la intimidad real, sin sustancias, les resulta insoportable. Las relaciones cotidianas saben a poco. El cuerpo se ha habituado a niveles de estimulación artificial tan altos, que el silencio, el afecto simple o la conexión emocional sin euforia parecen insuficientes o incluso amenazantes.
El papel de la terapia: más allá de la abstinencia
Abordar el Chemsex desde una mirada exclusivamente conductual o moralista es un error. No se trata solo de dejar las drogas, sino de reconstruir una narrativa interna, de ofrecer un espacio seguro donde las emociones, la historia de vida y los vínculos puedan ser explorados y resignificados. La abstinencia puede ser un objetivo, pero no puede ser el único.
Desde enfoques como el EMDR, la terapia somática, el IFS (Internal Family Systems) o la terapia Gestalt, se puede ayudar al paciente a reconectar con su cuerpo, a identificar las partes internas que buscan anestesiar el dolor, y a crear puentes hacia una experiencia más integrada y compasiva de sí mismo.
También es importante no patologizar la sexualidad ni reforzar el estigma. Lo fundamental es crear un espacio de comprensión donde la persona pueda explorar qué necesidades están detrás del uso de sustancias, cómo se relaciona con su identidad, su deseo, su cuerpo y sus vínculos.
Una mirada más humana
El Chemsex no es solo un problema de drogas. Es un grito silencioso que muchas veces nace de una historia de desconexión, de vergüenza o de falta de pertenencia. Es también una búsqueda desesperada de éxtasis, de fusión, de trascendencia. Y como todo sufrimiento humano, merece una mirada profunda, compasiva y sin juicio.
En el fondo, cada persona que atraviesa esta experiencia está buscando lo mismo que todos: sentirse visto, amado, libre y conectado. Ayudarle a encontrar caminos más sostenibles y amorosos para lograrlo es, quizás, el mayor acto terapéutico que podemos ofrecer.
“Allí donde duele, allí está la puerta.” – Rumi