Cuando hablamos de cuidados paliativos, solemos pensar en el final de la vida. Y sí, es cierto: los cuidados paliativos acompañan a personas con enfermedades avanzadas, muchas veces incurables. Pero hay algo más profundo detrás de este concepto. Se trata, en esencia, de cuidar cuando ya no se puede curar, de aliviar el sufrimiento en todas sus formas. Y ahí, el papel del psicólogo se vuelve tan humano como imprescindible.
¿Qué son los cuidados paliativos?
Los cuidados paliativos son una forma integral de atención dirigida a personas con enfermedades graves, que ya no responden a tratamientos curativos. El objetivo no es prolongar la vida a toda costa, ni acortarla, sino mejorar la calidad de vida de la persona y de su entorno. Esto incluye el control del dolor físico, pero también el acompañamiento emocional, social, espiritual y existencial.
Aquí es donde entra el psicólogo.
Más allá de la palabra “terapia”: acompañar el sufrimiento
En el final de la vida, no hay tiempo para máscaras. La enfermedad rompe muchas de nuestras certezas. Aparecen el miedo, la tristeza, la rabia, la soledad. A veces la persona se pregunta si su vida ha tenido sentido, o cómo enfrentará el proceso de morir. El psicólogo en cuidados paliativos no es alguien que “arregla” o “cura”, sino que acompaña.
Este acompañamiento es delicado: se trata de estar presente sin invadir, de crear un espacio donde la persona pueda hablar (o callar), llorar (o reír), recordar, despedirse, reconciliarse. A menudo, las personas en esta etapa no buscan respuestas, sino alguien que se atreva a mirar con ellas el abismo sin huir.
Apoyar también a la familia: los otros pacientes invisibles
No podemos olvidar que en los cuidados paliativos la familia también sufre. Ver a un ser querido deteriorarse puede despertar sentimientos intensos: culpa, impotencia, ansiedad, e incluso conflictos entre hermanos o con el equipo médico.
El psicólogo también trabaja con ellos. Ayuda a que puedan expresar lo que sienten, a comprender el proceso del duelo anticipado, y a prepararse para la pérdida. En ocasiones, facilita despedidas pendientes, o conversaciones que nunca se tuvieron y que ahora, al final, se vuelven urgentes.
Intervenir sin invadir: la delicadeza de lo esencial
A veces, el papel del psicólogo en cuidados paliativos no se parece al de otros ámbitos. No hay largos procesos ni objetivos terapéuticos estructurados. Puede ser una conversación breve junto a la cama, una mirada que sostenga, un silencio compartido. Otras veces, sí hay espacio para trabajar aspectos más profundos: cerrar asuntos inconclusos, resignificar la vida vivida, facilitar la expresión emocional.
Aquí, la ética y la sensibilidad son fundamentales. No se trata de empujar a nadie a hablar o sentir. Se trata de leer el momento, respetar los tiempos, y estar dispuesto a entrar en contacto con el sufrimiento sin querer dominarlo.
El equipo interdisciplinar: nadie cuida solo
El psicólogo no trabaja en soledad. Forma parte de un equipo que puede incluir médicos, enfermeros, trabajadores sociales, voluntarios, capellanes, fisioterapeutas… Cada uno aporta una mirada distinta, pero todos comparten un objetivo común: acompañar a la persona con dignidad, humanidad y respeto.
En ese entorno, el psicólogo puede ayudar también al propio equipo, ofreciendo espacios de contención emocional, supervisión o reflexión sobre los casos. Porque cuidar a otros, especialmente en el final de la vida, también pasa factura.
Morir bien: una tarea profundamente humana
Hablar de morir bien puede sonar paradójico. Pero cuando una persona se siente acompañada, cuando ha podido expresar lo que necesitaba, cuando ha sentido que su vida importó y que su sufrimiento fue comprendido… entonces la muerte puede llegar con más serenidad.
El psicólogo no evita el dolor, pero ayuda a que no se convierta en sufrimiento insoportable. Ayuda a que la persona pueda ser protagonista de su final, con la mayor paz posible.
En resumen
El papel del psicólogo en cuidados paliativos es, ante todo, profundamente humano. No busca prolongar la vida, ni evitar la muerte, sino dignificar el tránsito. Estar ahí, con presencia, escucha y ternura, cuando la ciencia ya no puede prometer curación, pero el alma sigue necesitando cuidado.
Porque al final, lo que nos salva no siempre es lo que nos alivia el dolor, sino quién nos acompaña cuando ese dolor se vuelve inevitable.
Autor: Psicólogo Ignacio Calvo