El suicidio no es solo un acto; es un proceso. Un lento hundirse en la desesperanza, un aislamiento progresivo, una sensación de que la vida ha perdido su significado. No surge de la nada, no es una decisión impulsiva sin historia. Es un grito ahogado que, muchas veces, pasa desapercibido.
Para quienes trabajamos en salud mental, abordar la conducta suicida es uno de los desafíos más delicados. No solo porque cada caso es único, sino porque el margen de error es mínimo. No estamos hablando de reducir síntomas de ansiedad o mejorar habilidades sociales: aquí, la intervención marca la diferencia entre seguir o no seguir. Y en la era digital, donde la terapia online se ha convertido en una alternativa cada vez más utilizada, surge una pregunta clave: ¿podemos realmente sostener a alguien en crisis desde una pantalla?
La distancia que acerca: mitos y realidades de la terapia online en crisis suicida
Para muchas personas, la idea de un tratamiento psicológico a través de una pantalla genera escepticismo. Se piensa que la cercanía física es indispensable, que el cuerpo del terapeuta en la misma habitación es lo que brinda seguridad. Y aunque es cierto que la presencia física tiene un impacto, reducir la terapia online a una versión empobrecida del trabajo presencial es un error.
La realidad es que la distancia digital tiene ventajas inesperadas:
- Reduce barreras de acceso. No todas las personas pueden o quieren acudir a una consulta física. Quienes viven en zonas rurales, tienen movilidad reducida o simplemente sienten vergüenza de pedir ayuda pueden encontrar en la terapia online un acceso que de otro modo no tendrían.
- Brinda un espacio de seguridad. Para alguien en crisis, hablar desde la intimidad de su habitación puede sentirse menos amenazante que hacerlo en un despacho. No hay que enfrentarse a la mirada de otros en una sala de espera, no hay que desplazarse. Solo hace falta un clic.
- Permite una intervención más flexible. En situaciones de crisis, la posibilidad de realizar sesiones más cortas y frecuentes, o incluso de tener un contacto intermitente a lo largo del día, puede marcar la diferencia.
El arte de escuchar lo que no se dice
Si en la terapia presencial la escucha es un pilar fundamental, en la terapia online se convierte en un acto de precisión quirúrgica. Aquí no solo importa lo que la persona dice, sino cómo lo dice y lo que deja de decir.
Los tiempos de respuesta en un chat, el tono de voz en una videollamada, la manera en que alguien desvía la mirada o mantiene la cámara apagada… Todo comunica. Y cuando estamos frente a alguien en riesgo de suicidio, cada detalle importa.
Intervención en crisis: sostener sin tocar
La intervención en crisis suicida tiene tres ejes fundamentales:
- Evaluar el riesgo. Diferenciar entre ideación pasiva ("a veces desearía no estar aquí") e ideación activa con plan ("he pensado en hacerlo de esta forma y en este momento") es esencial.
- Crear un marco de seguridad. En la terapia online, esto se traduce en establecer un contrato de seguridad claro. ¿Dónde está la persona en este momento? ¿Tiene acceso a medios letales? ¿Podemos contactar a alguien de su entorno si el riesgo aumenta?
- Ofrecer regulación emocional en tiempo real. Técnicas de grounding, respiración, ejercicios de estabilización. Porque cuando la mente entra en espiral suicida, a veces lo único que se necesita es una pausa, un anclaje que permita recuperar algo de control.
El vínculo terapéutico: la verdadera clave
Pero si hay algo que realmente marca la diferencia, es el vínculo. Porque no importa cuántas estrategias tengamos si la persona no siente que hay un otro ahí.
La pregunta que muchos se hacen es si es posible crear un vínculo profundo a través de una pantalla. Y la respuesta, para quienes hemos trabajado en terapia online con personas en crisis, es un rotundo sí.
El vínculo no se crea por la cercanía física, sino por la presencia emocional. Por la calidad de la escucha, por la sensación de que el terapeuta está, aunque sea al otro lado de la pantalla.
Una invitación a seguir aquí
El suicidio no es una elección libre, porque la desesperanza distorsiona la percepción de lo posible. Porque cuando alguien llega a ese punto, no está viendo todas las opciones, solo la más cercana al alivio inmediato. Y ahí es donde la terapia online puede ser un puente. Un espacio donde explorar otras posibilidades, donde recordar que el dolor no es eterno, donde encontrar razones, aunque sean pequeñas, para quedarse un poco más.
Si la tecnología nos permite llegar a quienes antes no llegábamos, si nos da la posibilidad de ofrecer contención en el momento en que alguien más lo necesita, si con solo una videollamada o un mensaje podemos sostener la vida… ¿no merece la pena abrazar esta forma de hacer terapia con todas sus posibilidades?