Las emociones básicas del ser humano son aquellas que están presentes desde su nacimiento y tienen una función adaptativa al entorno en términos de supervivencia de la especie. Tienen un carácter universal, las encontramos en todas las culturas.

En artículos anteriores hemos revisado emociones básicas como el miedo, la tristeza y la rabia. Vamos ahora con la alegría y después con algunas emociones sociales complejas, como la culpa y la vergüenza. 

 

Alegría

En este caso, se trata de una emoción agradable o positiva. Puede surgir debido a la consecución de un objetivo, por evitar algún peligro, disminuir un sentimiento de malestar, contemplar algo bello, etc.

La alegría es una emoción que aporta numerosos beneficios a nuestra salud.

Regulación de nuestro sistema fisiológico:

  • Cuando la experimentamos generamos serotonina, un neurotransmisor que rebaja nuestros niveles de estrés y ansiedad.
  • Refuerza nuestro sistema inmunológico, ya que aumenta la concentración de inmunoglobulina.
  • Baja nuestro nivel de cortisol y adrenalina, por lo que suaviza la respuesta de estrés.
  • Supone un mayor volumen de aire inspirado y espirado, y un aumento de la actividad cardiovascular.
  • En cuanto a la actividad endocrina, aumentan las endorfinas, relacionadas con el alivio del dolor, y las catecolaminas, que preparan al cuerpo para responder al estrés o al miedo.

Regulación de nuestro estado psicológico:

  • Reduce la ansiedad y el enfado
  • Disminuye las emociones negativas
  • Hace de reforzador intrínseco para la persona, motivando para la consecución de objetivos.
  • Influye en una actitud más flexible, positiva y abierta ante los problemas.

Regulación de nuestra interacción social

  • La alegría da a entender nuestra buena disposición para la comunicación con la otra persona.
  • Si la expresión no es alegre, informa de una menor receptividad hacia la interacción.

Existen diversas clasificaciones de las emociones: básicas o primarias, secundarias o complejas... Dentro de las emociones complejas, encontramos las que se agrupan dentro de la categoría de emociones sociales. Nos detenemos en dos ejemplos:

Culpa

Pertenece al subgrupo de las emociones morales, que tiene que ver con el quebrantamiento de las construcciones morales o principios comunes. Estos se refieren al respeto mutuo y la evitación del daño, la injusticia, el sufrimiento, etc.

Asimismo, la culpa es una emoción negativa que aparece cuando quebrantamos esas normas o principios a los que aludíamos. El sentimiento de culpabilidad puede llevarnos a otras emociones como la tristeza, la vergüenza, la mala conciencia, etc.

No obstante, la culpa también funciona como factor positivo, en el sentido de que nos sirve de aprendizaje para evitar aquello que nos ha hecho sentirla (por ejemplo, lastimar a otra persona, robar, etc.).

En este punto, hay que advertir que la culpa puede ser una emoción inútil si se carga sobre hechos que no son reprobables desde un punto de vista objetivo. Así, en determinados contextos y momentos históricos se ha utilizado y se utiliza esta emoción manipulada para el control social, moralista, religioso, económico, etc.

Vergüenza

Esta emoción social se encuadra también en la subdivisión de las morales. Para definirla podemos decir que la experimentamos cuando hacemos una autovaloración negativa de nuestras acciones y pensamos que los demás van a hacer juicios negativos sobre nosotros.

Según Albert Bandura, uno de los máximos exponentes de la teoría del aprendizaje social, la vergüenza se produciría tras la siguiente secuencia de autorregulación de la personalidad:

  • Observación de uno mismo
  • Juicio. Comparamos nuestro comportamiento con el de los demás, los estándares que consideramos aceptables.
  • Autorespuesta. Si esta es negativa, por debajo del estándar, pueden surgir emociones como la vergüenza, que va pareja a la inseguridad. También la culpabilidad si pensamos que hemos perjudicado a alguien. Por el contrario, si es positiva, puede reforzar nuestra autoestima.

Como en el resto de casos, la vergüenza es natural y puede ser un factor positivo cuando funciona como mecanismo de adaptación al grupo. Para que el individuo identifique lo que es correcto, se integre en el grupo social de referencia y asuma las reglas sociales como propias.

Sin embargo, cuando esta emoción nos desborda puede ser un elemento negativo que interfiera en nuestra vida diaria y nos limite, e incluso llegar a convertirse en algo patológico que funcione como un bucle y genere ansiedad y depresión.

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