Vivimos hiperconectados. En el bolsillo llevamos un dispositivo que vibra, suena y parpadea con cada noticia de última hora: un atentado, un conflicto bélico, una crisis climática, una caída económica. La información nunca se detiene. Lo que debería servirnos para estar mejor informados se ha convertido, muchas veces, en una fuente de estrés crónico. A este fenómeno lo llamamos infoxicación emocional: la intoxicación psicológica provocada por el exceso de noticias negativas.
No se trata solo de que haya demasiada información, sino de que gran parte de ella es alarmista, repetitiva y centrada en lo negativo. El resultado es que nuestro cerebro vive en alerta constante, como si los peligros estuvieran ocurriendo justo a nuestro lado. Esta sobreexposición tiene consecuencias directas en la salud mental: ansiedad, insomnio, sensación de indefensión y una visión distorsionada del mundo.
¿Qué es exactamente la infoxicación emocional?
El término “infoxicación” lo acuñó Alfons Cornella en 1996 para describir la dificultad de gestionar el exceso de información en la era digital. Cuando este exceso se centra en noticias negativas y su efecto es emocional, hablamos de infoxicación emocional. Es la sobrecarga afectiva que sentimos cuando recibimos demasiadas noticias de impacto, sin tiempo para procesarlas ni recursos para digerirlas.
La clave no está solo en la cantidad, sino en el sesgo de negatividad: los medios y las redes tienden a priorizar lo alarmante, porque lo negativo capta más atención. Y nuestro cerebro, programado evolutivamente para detectar amenazas, responde de inmediato.
El cerebro ante la avalancha de malas noticias
Desde el punto de vista neuropsicológico, el problema es claro. Cada vez que leemos un titular alarmante, la amígdala —centro cerebral del miedo— se activa. Esto desencadena la liberación de cortisol y adrenalina, preparando al cuerpo para reaccionar. El problema es que la mayoría de esas amenazas no son inmediatas ni solucionables por nosotros. El resultado: un organismo en alerta sin resolución.
Este estado sostenido de activación se relaciona con el estrés crónico. Estudios recientes muestran que la exposición repetida a noticias negativas aumenta los niveles basales de cortisol, interfiere en el sueño y puede afectar incluso al sistema inmunitario. Lo que consumimos en la pantalla, aunque ocurra lejos, impacta directamente en nuestra biología.
Los efectos psicológicos de la sobreexposición
La infoxicación emocional no solo se siente como ansiedad difusa. Tiene múltiples manifestaciones:
- Ansiedad anticipatoria: la sensación de que algo malo está a punto de ocurrir en cualquier momento.
- Indefensión aprendida: la percepción de que nada de lo que hagamos cambia el curso de los acontecimientos, lo que lleva a la apatía.
- Alteraciones del sueño: el cerebro sobreestimulado sigue activo incluso de noche, dificultando el descanso.
- Doomscrolling: el hábito de deslizar compulsivamente en busca de más noticias negativas, como si la siguiente respuesta estuviera en un nuevo titular.
- Visión distorsionada del mundo: se sobreestima la frecuencia de catástrofes o delitos, alimentando el miedo social.
Un ejemplo real: Clara y la pandemia
Clara, 37 años, empezó a seguir las noticias de la COVID-19 al inicio de la pandemia. Quería estar preparada. Lo que al principio eran consultas puntuales se transformó en horas de consumo diario: portales, redes sociales, noticieros. Pronto comenzó a sufrir insomnio, pensamientos catastrofistas y ataques de pánico. En terapia descubrió que su cerebro estaba reaccionando a la información como si viviera permanentemente en zona de peligro. Reducir su exposición fue el primer paso para recuperar la calma.
Los sesgos cognitivos que amplifican la ansiedad
La psicología cognitiva nos ayuda a entender por qué las noticias negativas nos impactan tanto:
- Sesgo de disponibilidad: tendemos a sobreestimar la probabilidad de un evento si podemos recordarlo fácilmente. Tras ver varias noticias de accidentes aéreos, sentimos que volar es más peligroso, aunque estadísticamente no lo sea.
- Sesgo de negatividad: los estímulos negativos generan mayor atención y memoria que los positivos. Un titular alarmante “pesa” más en nuestro cerebro que uno esperanzador.
- Efecto contagio emocional: ver repetidamente imágenes de sufrimiento activa nuestras neuronas espejo, generando angustia vicaria.
¿Estamos peor informados por informarnos más?
Paradójicamente, el exceso de información no siempre se traduce en mejor comprensión. La sobreexposición reduce nuestra capacidad crítica y aumenta la confusión. En lugar de claridad, aparece ruido. En lugar de conocimiento, ansiedad. Este fenómeno se agrava con la viralidad de las redes, donde la velocidad supera al análisis y las emociones dominan sobre los datos.
Estrategias para protegerse de la infoxicación emocional
La buena noticia es que podemos entrenar nuestra relación con la información. Algunas pautas útiles:
- Define horarios: limita la consulta de noticias a uno o dos momentos al día. Evita hacerlo antes de dormir.
- Selecciona fuentes fiables: prioriza medios rigurosos frente a cadenas de WhatsApp o portales sensacionalistas.
- Cuida la cantidad: no necesitas leer cada detalle de cada tragedia. La sobredosis informativa no te hace más competente.
- Busca equilibrio: complementa las noticias duras con contenidos positivos, culturales o de divulgación.
- Practica higiene mental: técnicas de mindfulness, respiración y ejercicio físico ayudan a bajar la activación fisiológica.
- Reconecta con lo cercano: dedica tiempo a tu entorno inmediato, donde sí tienes capacidad de acción.
El papel del periodismo responsable
La responsabilidad no recae solo en el consumidor. Los medios tienen un papel clave. El periodismo de soluciones, cada vez más extendido, propone informar no solo de los problemas, sino también de las iniciativas y respuestas que se generan. Esto reduce la sensación de indefensión y fomenta la acción colectiva.
La paradoja del control
Muchas personas creen que consumir más noticias les dará más control. Pero en realidad ocurre lo contrario: cuanto más nos exponemos, más impotencia sentimos. El control real no está en la cantidad de información que recibimos, sino en la capacidad de regular nuestra exposición y en nuestra acción local.
Conclusión
La infoxicación emocional es uno de los grandes desafíos psicológicos de la era digital. No se trata de vivir desconectados ni de ignorar la realidad, sino de aprender a informarnos sin enfermarnos. Regular la cantidad, elegir fuentes fiables, practicar higiene mental y exigir un periodismo responsable son pasos esenciales.
Estar informados es necesario; vivir angustiados no. El reto está en encontrar un equilibrio que nos permita comprender el mundo sin que el miedo constante nos impida disfrutar de la vida.