En el mundo del amor y de la pareja no existen las recetas. A pesar de ello, la psicología clínica, la psicología social y las distintas orientaciones que abordan la terapia de pareja han investigado y estudiado a fondo los distintos tipos de amor y de vínculo, las fases habituales por las cuales transitan las relaciones y los diversos factores que influyen en las relaciones. Por otro lado, el arte y la filosofía llevan abordando el amor y el desamor desde tiempos inmemoriales. La pareja es fuente privilegiada de bienestar, así como de sufrimiento, de modo que no es de extrañar que tantos esfuerzos se hayan dedicado a desentrañar qué nos hace felices o infelices en nuestras relaciones.
A modo de ejemplo, el psicólogo Joan Garriga en su libro “El buen amor en la pareja” hace referencia a Arnaud Desjardins, discípulo del sabio hindú Swami Prajnanpad, quien en su libro Una vida feliz, un amor feliz explica cuáles son, desde su visión, las cinco condiciones para el bienestar en la pareja.
- Que sea fácil, que fluya sin necesidad de esforzarse demasiado. Que las cosas sean cómodas y que no sea necesario malgastar grandes cantidades de energía en afrontar o luchar contra las emociones. Cuando esta condición está presente se produce una comodidad que no es rutinaria, en la que no hay dramas ni tragedias, sólo bienestar.
- Que se trate de dos naturalezas no demasiado incompatibles, no demasiado diferentes. Que la comprensión del otro no esté más allá de nuestras capacidades. La compatibilidad de cualquier pareja descansa sobre la diferencia, pero cuando la diferencia es excesiva están en riesgo otras cuestiones fundamentales para la compatibilidad como son también la posibilidad de asociación, imbricación y complicidad.
- Que los miembros de la pareja sean verdaderos compañeros, que se sientan como tales, acompañados, ya que el otro es también un amigo y la amistad no se desgasta con el curso de los años. Que puedan compartir sus peculiaridades, gustos, intereses, diferencias, complicidades. Que tengan a alguien al que entienden y que los entienden.
- Que se tenga fe y confianza plena en el otro. Que no sea necesario temer, desconfiar o protegerse para poder reencontrar un corazón inocente. Que el otro nos inspire una completa confianza sobre la cual se pueda cimentar un amor verdadero, susceptible de crecimiento. Que tengamos la convicción de que el otro no nos va a dañar.
- El deseo espontáneo de que el otro esté bien, lo cual quiere decir, el deseo de que esté bien por encima de nuestros miedos y carencias. Esta última condición es, si cabe, la más difícil de cumplir.