¿Has escuchado hablar sobre la neurociencia de las emociones? En las últimas décadas, la investigación ha asumido el reto de desentrañar la complejidad de las emociones humanas en un contexto neurocientífico.
A partir de los años 70 del siglo pasado, las emociones recobraron protagonismo dentro de la psicología y se convirtieron en objeto de la entonces emergente neurociencia.
Hoy en día, está asumido que la emoción no es tan solo un estado mental, sino que influye sobre nuestra forma de pensar y nuestra conducta.
Así pues, la neurociencia de las emociones nos ayuda a comprender nuestro propio comportamiento.
En qué consiste la neurociencia de las emociones
La neurociencia de las emociones es aquella parte del estudio de cerebro humano que se ocupa del estudio de los procesos emocionales dentro de este. Pone el acento en el proceso interior del individuo en la producción y expresión de la emoción.
Para los neurocientíficos, las emociones surgen por necesidades del organismo, que tienen motivaciones internas o externas. Son fundamentales para el funcionamiento del cerebro.
Las emociones traducen la información recibida a nivel externo e interno y predisponen para la acción. En este sentido, las emociones permiten la supervivencia individual y también la de la especie.
Son las emociones las que nos permiten afrontar las circunstancias más complicadas: riesgos, pérdidas, rupturas, afán de superación a pesar de sufrir frustraciones, relación de pareja, formación de una familia, etc. Por su parte, la razón nos permite hacer una evaluación de las decisiones, pero no nos confiere el empuje que necesitamos para reaccionar.
Cada emoción es un impulso para actuar, que encamina hacia un tipo diferente de respuesta o de acción.
¿Cómo se comporta el cerebro cuando experimentamos emociones?
El procesamiento de las emociones en el cerebro se encuentra en el sistema límbico. La rabia, el miedo, el amor… se cocinan aquí. En concreto, se localizan dos estructuras fundamentales para dicha función: la amígdala y el hipocampo.
Amígdala
La amígdala está considerada el “centro emocional” del cerebro. Está muy relacionada también con los procesos de aprendizaje y memoria.
Es la amígdala la que se encarga de enviar señales a otras partes del cerebro, relacionadas con esa supervivencia del individuo. Unas señales que repercuten sobre pensamientos, sentimientos y conductas.
En una situación de miedo, la amígdala conecta con el hipotálamo a través de señales. A su vez, el hipotálamo pone en marcha respuestas como mecanismos de supervivencia ante el peligro. En relación con el miedo, puede que se nos acelere el corazón o que empecemos a sudar.
De hecho, parece probado que determinadas lesiones en esta región pueden ser la causa de la falta de miedo o de un reconocimiento anormal de situaciones peligrosas.
Por otra parte, la amígdala también interviene en el desarrollo de emociones positivas, como el amor, el placer o la felicidad.
Hipocampo
El hipocampo se encarga de la formación de nuevos recuerdos, aunque el procesamiento de los recuerdos emocionales lo realiza sobre todo la amígdala.
Digamos que el hipocampo registra los hechos, sin mayores connotaciones, mientras que la amígdala se encarga de dotarles de significado emocional.
Por este motivo, los recuerdos significativos desde el punto de vista emocional se almacenan de manera distinta a recuerdos de otra naturaleza, y suelen ser más vívidos y perduran más en el tiempo.
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