De forma habitual nos encontramos con muchas personas cuyo motivo de consulta es éste. Y está claro que cuando alguien acude a una consulta bajo estas circunstancias, no tiende a acertar con las causas de lo que le ocurre.
Son varios los motivos que confluyen para generar esta situación en la que algunas personas alcanzan aquellas expectativas que se les habían planteado desde que eran jóvenes pero su estado de ánimo no les acompaña:
- Alto nivel de estrés. El tipo de vida que mucha gente suele llevar haciéndose cargo de una familia, una casa, un trabajo, una relación y algo de desarrollo individual puede suponer una enorme sobrecarga. Sin embargo, nuestra cultura fomenta una atención muy centrada en el pensamiento lo que nos limita la capacidad de sentir las cosas que vivimos. Para el sentir necesitamos al cuerpo y con tan alto nivel de estrés nuestro cuerpo suele sostener una cantidad de tensión y cansancio extremos de los que llegamos a ser ajenos por propia supervivencia. Aunque la acumulación de esta situación en el tiempo puede generarnos consecuencias, tanto físicas con dolor o enfermedad, como mentales, afectando a nuestro ánimo y motivación, no solemos ser conscientes de vivir bajo un estado de estrés crónico. Y el estado de activación en nuestro sistema nervioso nos puede poner en extremos de hiper e hipo activación que impiden una respuesta de socialización, lo que nos perjudica en nuestra capacidad de conectar con aquellas personas con las que compartimos nuestra vida.
- Las expectativas. Nuestra educación y cultura fomenta un tipo de vida preestablecido que solemos imitar como síntoma de bienestar. Pero para algunas personas, tomar exclusivamente los caminos que les brinda la vida pronosticada, puede conllevar no reparar en aquellas condiciones que su propio criterio podría necesitar. Una vez alcanzada la “estandarización” de vida: buen trabajo , familia, casa, etc, y pasado un tiempo de su normalización, puede que no satisfaga las necesidades de la persona porque al haberlo conseguido, ya no supone retos y tendemos a dejar de disfrutarlo.
- La falta de atención. Solemos llevar ritmos de vida demasiado rápidos, con mucho nivel de exigencia y basados en el futuro, por lo que no reparamos el tiempo necesario en llegar a sentir aquellas cosas que nos ocurren poniendo atención en el momento presente. Nuestra vida suele funcionar en piloto automático, y tan sólo solemos situarnos en nuestra mente pensante, con una tendencia enorme a llevarnos por delante de las cosas. Lo más curioso es cuando miramos hacia atrás: ¿de qué nos acordamos de todo lo que hacemos? ...De poca cosa, sobre todo, de aquellas que conllevan emociones desagradables: problemas, discusiones, frustraciones,... Por tanto, si ponemos un poco más de atención en lo que somos, más de en lo que hacemos, podremos sacarle mucho más partido a nuestro día, dejando en nuestra memoria mayor presencia, y por tanto, mayor esperanza de vida consciente.
- La falta de comunicación. Pueden existir dificultades para comunicar lo que sentimos a los demás. Es habitual estar rodeado de personas, incluso cercanas, pero que la persona se sienta sola, desconectada. Cada vez más fomentada la individualidad a través de las pantallas, nos cuesta comunicarnos incluso con nuestra gente, impidiendo un verdadero compartir que es la esencia de nuestras relaciones. Si a ello le añadimos que no somos grandes ejemplos de comunicar lo que nos molesta, en ocasiones vivimos con máscaras hasta que nuestras emociones nos saturan y tendemos a explotar en el reproche. Desde esta posición, es posible que el gozar de la relación con los demás de forma genuina sea bastante complicado.
- El hedonismo. Nuestra sociedad prima la adquisición de una calidad de vida basada en el consumo, el "cortoplacismo", la novedad, la inmediatez. Todo lo que nos conlleva un esfuerzo, suele quedar restringido al desarrollo de una carrera profesional, pero una vez concluido y alcanzado cierto status, puede que esforzarse ya no represente una prioridad. Si perdemos la capacidad de esfuerzo, tiende a ser complicado alcanzar motivación, que conlleve satisfacciones. Si todo lo basamos en satisfacer necesidades superficiales, podemos llegar a languidecer en los niveles de autorrealización que han de ser inherentes al desarrollo de la persona.
- La falta de descanso. Al vivir de forma tan urgente, es difícil poder encontrar hueco en nuestra agenda, ya que vivimos “optimizando” al máximo nuestro tiempo. De esta forma, podemos llegar a prescindir de periodos de descanso y desconexión, más allá del sueño, que impidan el equilibrio emocional. Tanta inestabilidad puede aparecer a través de reacciones impulsivas y sobre todo hacia las personas de mayor confianza.
- La falta de autoestima. Por desgracia nuestra educación suele adolecer de reforzamientos positivos y tiende a estar más basada en la crítica y en la normalización de los esfuerzos. De esta forma, la manera en la que nos hablamos a nosotros mismos, puede ser demasiado dura, sobre todo en momentos difíciles en los que lo estamos pasando mal. Como parte de nuestra autoestima, necesitamos aprender a comprendernos en nuestras dificultades y precisamente, en aquellos momentos en que peor lo pasamos, necesitamos empatizar con nuestro sufrimiento y tratarnos mejor. Si no nos ofrecemos una postura amable ante nuestra dificultades, la sensación interna puede ser la de tener "el enemigo en casa".
- Carencia de valores. Solemos basar nuestra vida en la consecución de metas, pero una vez alcanzadas aquellas que son más reconocidas socialmente como necesarias, podemos percibir una desmoralizadora visión de vida. Necesitamos superar la propuesta exclusiva de metas y fundamentar nuestro bienestar en la persecución de valores, ya que si conseguimos mantener viva la llama de nuestro motor, podremos alcanzar altos grados de satisfacción profunda.
Autor: Psicólogo Ignacio Calvo